LO QUE SE VE ES SIEMPRE MENOS QUE LO QUE QUEDA OCULTO
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Esa tarde, como todos los viernes, volvía a mi casa después del ensayo con “Los carteros agresivos”, un grupo de punk-rock con el que llevaba tocando el bajo unos meses. El local estaba en un polígono industrial a las afueras de la ciudad y, aunque opino como Homer Simpson que el transporte público es para fracasados, tenía que coger el autobús, no podía ir andando con el pesado instrumento y la mochila con los cables y demás tantos kilómetros. Pasé el camino silbando y practicando con las manos los ritmos de las canciones que acababa de tocar, así mecanizaría el proceso y su ejecución se convertiría en algo automático y podría dar mayor expresividad a mi interpretación con mis movimientos. Pero ese día, a través de la ventanilla, vi algo que me trastornó, allí estaba ella, sí, ella, la chica que me había ayudado a salir del bache, con uno de mis mejores amigos. Se hablaban al oído y reían, parecían los dos muy contentos, se les veía pletóricos, no sabía qué pasaba, ella me había devuelto la ilusión y ahora me encontraba esto, aunque no, tendría una explicación, estarían juntos por algo, habría alguna novedad que Julián le estaría comentando sobre algún bolo, una grabación, una entrevista o algo. Julián era un amigo/aficionado y una especie de mánager o road manager del otro grupo en que tocaba. Esta banda era un grupo de pop alternativo o indie o noise pop, como queráis llamarlo, que se acercaba más a la música que yo sentía de verdad y del cual ella, Laura, era nuestra cantante. De todos modos era extraño que se encontraran juntos los dos solos por ahí y no hubieran avisado a nadie, pensaba, pero no, ellos no me podían estar haciendo eso. Yo estaba a punto de cumplir 28 años, ya no era un crío, y esas cosas irracionales de ver el fin del mundo porque pasara algo con una pareja que no tenía ningún futuro claro las veía eso, de críos. Me parecía demencial ponerme apocalíptico y que me entraran celos sólo por ver a Laura con alguien e intenté olvidarlo. Llegué a mi casa tranquilo y tras un par de galletas y un vaso de leche me eché en la cama a dormir, antes unos relatillos de Bolaño, de ese libro llamado “Putas asesinas”, y al reino de los sueños. Quizás fuera una tontería y así quería creerlo, pero la imagen de los dos demostrando gran complicidad no se me iba de la cabeza, no me dejaba concentrarme y no podía ni leer tres líneas seguidas, esa monomanía recién adquirida, esa obsesión, dominaba mi pensamiento.
....De madrugada desperté infinidad de veces sobresaltado con lo mismo en la cabeza, volvía en mí sudado y agitado con una sensación de inquietud que no le deseo a nadie.
....Cuando desperté la mañana siguiente, más bien la tarde siguiente, debo reconocer que en esa época estaba llevando una vida bastante disoluta, la paranoia había crecido en mí hasta niveles extremos. Faltaban unas horas para el ensayo con Laura y el resto del grupo y, ante la perspectiva de que llegara ese momento, mis ojos andaban perdidos y apuntando hacia el suelo con gesto de pasmado. Entré en la cocina, ¿qué?, hijo, madrugando otra vez como siempre últimamente, ¿no?, me dijo mi madre con guasa. Sí, le contesté con una terrible desgana que ella no percibió y que debió confundir con el aturdimiento que tendría por estar medio dormido. Mientras comía los filetes de ternera, en realidad sólo conseguí darles unos cuantos bocados, tenía nauseas y el sabor a sangre no hacía sino aumentarlas. Mi madre era de hacer los filetes poco hechos, además empezaba a estar febril y sentía poco a poco llegar la jaqueca. Los trozos de carne eran bastante gordos y sabrosos pero no tenía ganas de comer ni de nada, aunque al cortarla me dije a mí mismo: «este cuchillo me puede valer para algo», me levanté, lo limpié y lo metí en la mochila con los cables, el afinador y las púas. Pasé el resto de la tarde tirado entre la cama y el sofá dejando pasar el tiempo hasta que fuera la hora del ensayo. En la tele estaba saliendo un tipo que se hacía llamar “El hijo de Satán” haciendo tontadas con “periodistas” del corazón y otros especímenes. Mi madre y mi hermano no daban crédito a lo que veían. El personaje en cuestión vivía en una localidad que estaba a unos 20 kilómetros de la nuestra. Lo de este programa es que es… no me puedo creer que a este tío, que es el del chalé ese que tenía una secta que enterraban cabras y tenía allí a gente secuestrada, que está en libertad bajo fianza, le den bola aquí, decían en mi casa. Mientras en la pequeña pantalla emitían esta y otras lindezas en mi casa sonó el teléfono y lo cogió mi hermano. Para ti, rata, me avisó. Era Laura. ¿Qué?, ¿cómo estás?, ahora en breve ensayamos, tú vas a ir, ¿no? Sí, contesté y aunque me moría por soltarle algo con respecto a la cuestión que me obsesionaba desde el día anterior no pude decir nada. Es que Julián te quiere decir una cosa, me ha comentado que no hagas planes, que estés preparado para cualquier cosa. Ah. Bueno, te dejo, ahora nos vemos entonces en el ensayo, ¿no? Sí. Adiós. Adiós. Colgué el teléfono y seguí a las mías, casi sin pensar, sin poder concentrarme en nada, sólo podía dejar las ideas acerca de ellos fluir en mi cabeza y cavilar todo tipo de explicaciones, causas, soluciones y consecuencias en las que el cuchillo iba ganando cada vez más protagonismo, ya había visto incluso la imagen de mi amigo Julián apuñalado pasar por mi cerebro igual que si la hubieran captado mis retinas.
....Llegada la hora cogí mi instrumento y mi mochila y me fui hacia el autobús. Adiós, mamá, adiós, hermano. ¿Cuándo volverás? No sé, quizás me quede después del ensayo haciendo algo y vuelva de madrugada, no me esperes despierta. Salí de mi casa para coger el autobús y en lo que se tarda en picar un bonobús y recorrer 3 kilómetros estaba frente al local de ensayo. Entré y empezamos a ensayar. Laura me saludó como siempre y tras bromear un poco con Fraga y Juan empezamos a tocar. Tras dos o tres canciones apareció Julián. Desde fuera eso estaba sonando bien, ¿qué era una canción nueva? Algo así. Por cierto, Víctor, te tengo que decir una cosa. Ah, ¿qué?, le pregunté y me dirigí hacia la mochila, de la que ya había sacado los cables y demás accesorios con discreción y en la que ya sólo quedaba el cuchillo. Cuando acabe el ensayo te lo cuento. De acuerdo, contesté serio y seguimos con el rock. Tan taann taaaann psht. El ensayo acabó y tras la última nota me deshice de mi instrumento y cogí la mochila. Julián se me acercó y, mientras yo tenía la mano ya dentro con el utensilio que me iba a servir para deshacerme de lo que me mortificaba, me dijo:
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Esa tarde, como todos los viernes, volvía a mi casa después del ensayo con “Los carteros agresivos”, un grupo de punk-rock con el que llevaba tocando el bajo unos meses. El local estaba en un polígono industrial a las afueras de la ciudad y, aunque opino como Homer Simpson que el transporte público es para fracasados, tenía que coger el autobús, no podía ir andando con el pesado instrumento y la mochila con los cables y demás tantos kilómetros. Pasé el camino silbando y practicando con las manos los ritmos de las canciones que acababa de tocar, así mecanizaría el proceso y su ejecución se convertiría en algo automático y podría dar mayor expresividad a mi interpretación con mis movimientos. Pero ese día, a través de la ventanilla, vi algo que me trastornó, allí estaba ella, sí, ella, la chica que me había ayudado a salir del bache, con uno de mis mejores amigos. Se hablaban al oído y reían, parecían los dos muy contentos, se les veía pletóricos, no sabía qué pasaba, ella me había devuelto la ilusión y ahora me encontraba esto, aunque no, tendría una explicación, estarían juntos por algo, habría alguna novedad que Julián le estaría comentando sobre algún bolo, una grabación, una entrevista o algo. Julián era un amigo/aficionado y una especie de mánager o road manager del otro grupo en que tocaba. Esta banda era un grupo de pop alternativo o indie o noise pop, como queráis llamarlo, que se acercaba más a la música que yo sentía de verdad y del cual ella, Laura, era nuestra cantante. De todos modos era extraño que se encontraran juntos los dos solos por ahí y no hubieran avisado a nadie, pensaba, pero no, ellos no me podían estar haciendo eso. Yo estaba a punto de cumplir 28 años, ya no era un crío, y esas cosas irracionales de ver el fin del mundo porque pasara algo con una pareja que no tenía ningún futuro claro las veía eso, de críos. Me parecía demencial ponerme apocalíptico y que me entraran celos sólo por ver a Laura con alguien e intenté olvidarlo. Llegué a mi casa tranquilo y tras un par de galletas y un vaso de leche me eché en la cama a dormir, antes unos relatillos de Bolaño, de ese libro llamado “Putas asesinas”, y al reino de los sueños. Quizás fuera una tontería y así quería creerlo, pero la imagen de los dos demostrando gran complicidad no se me iba de la cabeza, no me dejaba concentrarme y no podía ni leer tres líneas seguidas, esa monomanía recién adquirida, esa obsesión, dominaba mi pensamiento.
....De madrugada desperté infinidad de veces sobresaltado con lo mismo en la cabeza, volvía en mí sudado y agitado con una sensación de inquietud que no le deseo a nadie.
....Cuando desperté la mañana siguiente, más bien la tarde siguiente, debo reconocer que en esa época estaba llevando una vida bastante disoluta, la paranoia había crecido en mí hasta niveles extremos. Faltaban unas horas para el ensayo con Laura y el resto del grupo y, ante la perspectiva de que llegara ese momento, mis ojos andaban perdidos y apuntando hacia el suelo con gesto de pasmado. Entré en la cocina, ¿qué?, hijo, madrugando otra vez como siempre últimamente, ¿no?, me dijo mi madre con guasa. Sí, le contesté con una terrible desgana que ella no percibió y que debió confundir con el aturdimiento que tendría por estar medio dormido. Mientras comía los filetes de ternera, en realidad sólo conseguí darles unos cuantos bocados, tenía nauseas y el sabor a sangre no hacía sino aumentarlas. Mi madre era de hacer los filetes poco hechos, además empezaba a estar febril y sentía poco a poco llegar la jaqueca. Los trozos de carne eran bastante gordos y sabrosos pero no tenía ganas de comer ni de nada, aunque al cortarla me dije a mí mismo: «este cuchillo me puede valer para algo», me levanté, lo limpié y lo metí en la mochila con los cables, el afinador y las púas. Pasé el resto de la tarde tirado entre la cama y el sofá dejando pasar el tiempo hasta que fuera la hora del ensayo. En la tele estaba saliendo un tipo que se hacía llamar “El hijo de Satán” haciendo tontadas con “periodistas” del corazón y otros especímenes. Mi madre y mi hermano no daban crédito a lo que veían. El personaje en cuestión vivía en una localidad que estaba a unos 20 kilómetros de la nuestra. Lo de este programa es que es… no me puedo creer que a este tío, que es el del chalé ese que tenía una secta que enterraban cabras y tenía allí a gente secuestrada, que está en libertad bajo fianza, le den bola aquí, decían en mi casa. Mientras en la pequeña pantalla emitían esta y otras lindezas en mi casa sonó el teléfono y lo cogió mi hermano. Para ti, rata, me avisó. Era Laura. ¿Qué?, ¿cómo estás?, ahora en breve ensayamos, tú vas a ir, ¿no? Sí, contesté y aunque me moría por soltarle algo con respecto a la cuestión que me obsesionaba desde el día anterior no pude decir nada. Es que Julián te quiere decir una cosa, me ha comentado que no hagas planes, que estés preparado para cualquier cosa. Ah. Bueno, te dejo, ahora nos vemos entonces en el ensayo, ¿no? Sí. Adiós. Adiós. Colgué el teléfono y seguí a las mías, casi sin pensar, sin poder concentrarme en nada, sólo podía dejar las ideas acerca de ellos fluir en mi cabeza y cavilar todo tipo de explicaciones, causas, soluciones y consecuencias en las que el cuchillo iba ganando cada vez más protagonismo, ya había visto incluso la imagen de mi amigo Julián apuñalado pasar por mi cerebro igual que si la hubieran captado mis retinas.
....Llegada la hora cogí mi instrumento y mi mochila y me fui hacia el autobús. Adiós, mamá, adiós, hermano. ¿Cuándo volverás? No sé, quizás me quede después del ensayo haciendo algo y vuelva de madrugada, no me esperes despierta. Salí de mi casa para coger el autobús y en lo que se tarda en picar un bonobús y recorrer 3 kilómetros estaba frente al local de ensayo. Entré y empezamos a ensayar. Laura me saludó como siempre y tras bromear un poco con Fraga y Juan empezamos a tocar. Tras dos o tres canciones apareció Julián. Desde fuera eso estaba sonando bien, ¿qué era una canción nueva? Algo así. Por cierto, Víctor, te tengo que decir una cosa. Ah, ¿qué?, le pregunté y me dirigí hacia la mochila, de la que ya había sacado los cables y demás accesorios con discreción y en la que ya sólo quedaba el cuchillo. Cuando acabe el ensayo te lo cuento. De acuerdo, contesté serio y seguimos con el rock. Tan taann taaaann psht. El ensayo acabó y tras la última nota me deshice de mi instrumento y cogí la mochila. Julián se me acercó y, mientras yo tenía la mano ya dentro con el utensilio que me iba a servir para deshacerme de lo que me mortificaba, me dijo:
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....-Te hemos preparado una sorpresa, he estado quedando y hablando con el resto del grupo y hemos organizado esta noche una fiesta por tu cumpleaños, que ya es mañana, en la casa de mis padres del campo que no hay nadie.
....-Qué bonito detalle –contesté.
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....-Qué bonito detalle –contesté.
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Etiquetas: Absurdrealismo, amor, bohemia, cachondeo, costumbrismo, Generación de la Primera Crisis Siglo XXI, juventud, literatura, Nueva narrativa gaditana, Realismo sucio, rocanrol, Rock
2 comentarios:
no está mal la historia, es amena,pero un poco, ... agobiante? Jaja, bueno pues eso. Si te digo la verdad, he entrado al blog solo porq he visto el enlace en el blog de Axel Torres, y m ha llamado un montón la atención el título, Los Congrios Voladores, xd.... está muy bien montado el blog...respecto al relato, para más intriga yo no habría desvelado tan rápido q prtendia hace con el cuchillo. Además, habría añadido algún argumento más para q quisiera matar, si no, todos iriamos matando tan alegremente por la vida, jaja, claro q eso es algo ya + personal.
Jejé, me alegro de que te guste el blog. En cuanto el relato, le quería meter agobio a la "historia" y veo que lo he conseguido. En cuanto a lo que comentas del cuchillo e ir desvelando las cosas poco a poco, creo que tienes razón, ya alguien me comentó que había detalles que anticipaban demasiado pronto las cosas y lo cambié un poco, pero, bueno, ya me saldrán otros mejores. Saludos, Víctor.
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