LA TRASPARENCIA
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Las ideas como base no están mal siempre que después se ajusten a la realidad de la situación.
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....Siempre he sido así, recuerdo que cuando tenía menos de dos años –en realidad no lo recuerdo, me lo han contado mi tía– le tiré un poco de arena a mi abuelo, que era un cascarrabias, y en respuesta él me lanzó un puñado de arena a la espalda y le contesté: «abuelo, yo no te he tirado tanto», así he sido siempre, he jugado al límite pero he argumentado. El caso es que para mí una historia no tiene que tener desenlace, pero esta sí lo tuvo.
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.....Esa noche andábamos sin un duro camino del centro y lo vimos. No sabíamos cómo se llamaba aunque lo conocíamos de vista de los Salesianos. Iba con una puta que acababa de coger en la Gran Vía, no sabíamos qué hacer pero allí estábamos, sin un motivo lógico empezamos a seguirlo y a decir: «¡tú, el que estaba en Salesianos!», y él siguió adelante e ignoró nuestros llamados. Era una noche fría, como suelen ser en la capital en este tiempo, y los dos íbamos bien abrigados con nuestro anorak y con gorro y bufanda. Como siguió de largo tampoco quisimos increparle más. No quisimos increparle más, ni a él ni a nadie, ni explotar a nadie tampoco, por supuesto, y ahí que apareció Chiquitita y su otra amiga negrita. Y cuando digo negrita no quiero decir mulata, la que se fue con Alfredo, y a la que nunca volví a ver, quizás si lo fuera, aunque me han llegado rumores de que se casaron y, cuando hicieron un dinero aquí con asuntos que no quiero contar, ella regreso con él a Mali a vivir la vida bien, por lo que tampoco creo que lo fuera. Eran de lo más profundo del África negra, la negrura más absoluta.
....Chiquitita empecé a llamarla desde el día aquel que llegó muy asustada y chillando. También borracha como no tardé en descubrir, algo que no era difícil pensar viendo el estado en que la encontramos y cómo caminaba. Puede que yo nunca estudiara ni en Oxford ni en Cambridge ni en la complutense de Madrid, pero creo que una buena educación –acabó estudiando derecho– a Paquito sí que le di. Mientras un día tras otro escuchaba llover por la ventana le enseñé a hacerse un hombre (de bien) y fue un brillante abogado. Terminó la carrera y con buena nota. Paquito, él ya era mulato, nació años después de conocer a Chiquitita o eso creo. Esa noche, en medio de la borrachera, me pidió auxilio, socorro, que la salvara de esos que la estaban obligando a prostituirse para vivir, que a eso no había derecho. Y, la verdad, tenía razón. De lo que yo hice al respecto no sé qué decir. Primero nos mudamos a otra gran ciudad, Barcelona; tal vez no fuera lo mejor pero no sabíamos vivir en una ciudad que durmiera y, claro, esa era nuestra única oportunidad, dejamos la ventana abierta y que pasara lo que tuviera que pasar.
....Al principio logramos sobrevivir con los trabajillos que nos salían, pero no siempre teníamos uno y el alquiler había que pagarlo todos los meses. Al final, Chiquitita volvió a la calle. No era algo que nos gustara pero no vimos muchas opciones. Estuvimos así unos cuantos meses y un día, trabajando, Chiquitita conoció a Cinthya –o así la llamaban–, otra senegalesa. Cinthya había venido a Barcelona de la mano de unos proxenetas belgas que operaban en la zona y, recientemente, la banda se había desarticulado por la muerte de unos y la encarcelación y repatriación de otros. Como la chica no tenía papeles, le pidió ayuda a Chiquitita y ella la trajo a nuestra casa para ver si yo podía hacer algo. La situación no era fácil, la chica seguía ganando bastante dinero pero por su situación irregular estaba condenada a vagar por hostales y pensiones baratas que a la larga no eran tan baratas ni tenían demasiadas comodidades comparadas con un piso. Por un módico precio la acogimos en nuestra casa. El módico precio consistió en que desde ese día ella pagó los gastos del piso.
....Los meses pasaban y Chiquitita ya no se planteaba volver a la calle ahora que se había quedado embarazada. Un día Cinthya nos preguntó si podíamos ayudar a Khady, otra compatriota suya que ejercía en la calle del Vidrio. Y después de Khady vinieron otras. Muchas de las chicas, además de diversas gestiones para coger una casa, requerían también algo de protección, más de una vez les habían hecho una jugarreta, y en eso también les podíamos echar una mano entre Alexander –un brasileño que se había juntado con Cinthya y vivía con nosotros– y yo. Y a esas chicas les siguieron muchas más, a algunas incluso las ayudábamos a venir de sus países, la mayoría eran de África pero también las teníamos de Méjico y Centroamérica, aunque la mayoría de estas, al igual que a las del este, las llevaban diversas redes y mafias. Ahora, en el pueblo gallego en el que me he retirado, y desde la distancia que da el tiempo, puedo ver mejor lo que hice, pero en esos momentos no podía. A las chicas las tratábamos bien, creo que pocas chicas extranjeras tenían esos derechos, y nos llevábamos un buen pellizco de sus ganancias a cambio de encargarnos de sus viviendas y de estar atentos por si les salían clientes conflictivos. Nos estábamos forrando, llegamos a tener 13 pisos y más de 30 mujeres. Intentábamos que quitando el trabajo en sí, que nunca es demasiado digno, sus vidas fueran lo más dignas posibles, nunca veíamos mal que dejaran la profesión, nos alegrábamos por ellas.
....Paquito nació y como el negocio era bastante próspero nos permitía vivir a los 3 solos en un ático y tener al crío alejado de ese ambiente. El negocio iba muy bien pero fueron días muy duros, no podía estar a gusto sacando el dinero de la forma en que lo saqué, hice cosas que no me atrevo a contar, ya lo confesé en su día y expié mis culpas. Cuando nuestro hijo tenía siete u ocho años la situación era insostenible, le tenía que afectar por fuerza y pronto los rumores en la escuela serían inevitables, pero todavía seguimos algún tiempo, hasta que la policía nos aconsejó la retirada por un lío con varios agentes y el acoso de una mafia del este por una de nuestras mujeres.
....Si hay algo de lo que me arrepiento es de haber metido en esto a Teresa. Nos puso en contacto con ella Celia, una chica caribeña que estaba en uno de nuestros pisos. Para ninguna era fácil, pero Teresa sufrió especialmente. Hablamos con ella para traerla cuando aún estaba en Cuba y desde que llegó lloró tormentas cada vez que lo hizo. Era una mujer muy religiosa, si no tenía otro iba a la iglesia a confesarse después de cada servicio. No duró ni dos meses, apenas amortizamos el viaje, pero no se podía tener corazón y hacerla seguir. En esos tiempos me presentó a su párroco, el padre Joaquín, un buen hombre que la ayudaba mucho. Teresa empezó a limpiar casas y a llevar una vida cristiana. Al principio siguió viviendo con algunas prostitutas y las ayudaba, pero en cuanto pudo se fue a otra casa. La vida le iba bien, el padre Joaquín se preocupaba mucho por ella y gracias a él consiguió un trabajito en una oficina. No nos extrañamos al saber que el párroco iba a dejar el sacerdocio y se iba a casar con su feligresa. Nosotros le ayudamos a comprar su vestido de boda. Tere, como ya he dicho antes, era una mujer muy religiosa y muy buena y, perdonad que lo diga así, también estaba muy buena. Su piel morena era suave y tersa y su rostro radiante, tenía una risa preciosa de dientes blanquísimos, un pecho generoso y unas curvas desde la cintura hasta las rodillas que dejaban sin respiración. Por cosas como esta digo que, dentro de lo que hacíamos, no éramos malos. Con el tiempo me fui haciendo muy amigo del antiguo padre Joaquín, ahora Joaquín a secas, él y Tere frecuentaban nuestra casa, salíamos a veces a cenar y una sobrina del antiguo párroco cuidaba a Paquito. Los dos le tenían mucho cariño al crío y le compraban regalos y jugaban con él y nos ayudaban mucho en su educación. Aunque ya no era cura, Joaquín era muy religioso y hablábamos mucho sobre Dios y la fe y todo eso. Yo le decía que sólo había sido de bautizarme, religión en el colegio, la primera y última comunión y poco más; si bien había sido bastante creyente en la niñez, no era poco lo que había rezado y siempre encontré un gran consuelo en nuestro Señor. Y como era un hombre tan cariñoso y además lo que contaba era esperanzador y los valores e ideales que predicaba eran positivos, se puede decir que pasé por el aro y volví al redil. De primeras fui a alguna misa e introduje los temas sagrados entre mis lecturas.
....Pero, como os dije antes, llegó el momento en que tuvimos que marcharnos de Barcelona, todo eran problemas y no queríamos comprometer la educación de nuestro hijo y nos fuimos a la costa gallega, a un pequeño pueblo cercano a Vigo. La familia de Joaquín era de allí y él poseía en la zona una casa de veraneo y nos acompañó unos días para conocer el sitio y nos alojó en su casa. Hicimos unas gestiones, conseguimos una vivienda y volvimos a Barcelona para dejar todo cerrado y coger nuestras cosas. Allí dejamos los pisos y a las trabajadoras, que se apenaban de que nos fuéramos, y hecho el recuento de lo que teníamos, tras la venta de unas propiedades y todo lo que nos debían y guardábamos bajo el colchón, resultó que era un capital importante. Regina, una ecuatoriana que llegó con 18 años y tenía poco más de 20, nos despidió con lágrimas en los ojos y jadeando, con hipidos y la respiración entrecortada.
....La nueva casa tenía dos pisos además de la planta baja y para llegar al segundo había que subir una escalera de caracol muy señorial toda de caoba. El clima no era bueno pero la comida sí, la gente, en su mayoría, aunque alguna mujer mayor nos mirara de reojo al principio, era muy amable, el padre Joaquín era muy querido en el pueblo y sabían que éramos sus amigos. Invertí nuestro patrimonio en reses que cuidábamos en un campo anexo a nuestra propiedad. El caserón en que vivíamos tenía una buena huerta y una parcela con árboles frutales de más de 2500 m2 y un lugareño con más de 90 años que era el dueño de las tierras colindantes me las vendió casi regaladas. Hablé con un joven de la tierra y me aconsejó sobre todo. Él trabajaba para unos señores que, sin tratarlo mal, lo tenían como un simple asalariado con sueldo irrisorio. Lo contraté y le puse un buen sueldo con una importante participación de las ganancias; éramos casi socios. Antón, que así se llamaba el joven, se encargó de comprar todo lo necesario y el negocio no tardó en dar beneficios, sabía todo lo que había que saber sobre el negocio de las reses y su eficacia era máxima. Chiquitita se hizo, además, muy amiga de la esposa de Antón y yo monté una tienda de electrodomésticos con Xoan, el hermano de ella. Iba muy bien y pronto teníamos varias más en localidades cercanas, todo lo que hacía parecía tocado por varita mágica. Joaquín y Teresa venían de vacaciones y pasábamos ratos muy felices. El tercer verano que pasamos allí llegaron con una agradable sorpresa: estaba en camino una criatura. Gretel, que así se llamó la niña, era encantadora, Paquito jugaba mucho con ella a pesar de la diferencia de edad y la quería como a una hermana. Nosotros nos planteamos darle una y al nada mi semilla germinó en el vientre de mi mujer. Joaquín y Teresa nos preguntaban si habíamos sufrido algún episodio racista en el pueblo y les dijimos que no, que alguna vez habíamos notado cierta extrañeza y escuchado algunos comentarios pero que eran más por la falta de costumbre que un gesto de desprecio, que más bien sucedía lo contrario, una amabilidad y una hospitalidad extrema, que ya nos sentíamos unos más del pueblo. Sí, aquí los lugareños son muy hospitalarios, nos contestaba el padre Joaquín.
....A Paquito, que ya se había convertido en Paco –medía más de 1,70–, le iba bien en los estudios, en el pueblo había colegio e instituto y no se tendría que marchar hasta que estudiara una carrera. Compaginaba las clases con el fútbol –estaba en un equipo que competía en categoría regional– y con las salidas con su pandilla, tenía muchos amigos.
....Y en eso de darle una hermanita a Paco, que tal se podría decir que era ya nuestro hijo, estábamos cuando ocurrió la terrible desgracia de que Chiquitita murió en el parto. La cosa se complicó y perdió al niño y murió ella. Ahí, después de su fallecimiento, del deceso de mi queridísima esposa, me refugié definitivamente en la religión. Era algo horrible, no lo podía soportar, a la semana semana cogí un par de borracheras en las que me llegué a desmayar, pero ese no era el camino y no iba a caer tan bajo, no quería que Paquito me viera así. Con motivo de las exequias, el padre Joaquín y Teresa vinieron y se quedaron unas semanas con nosotros. En ese tiempo los acompañé a misa las veces que fueron y le cogí el gustillo a los sermones del padre Braulio, que era amigo del padre Joaquín y vino a comer a casa los domingos después de la misa en nuestro pueblo y otra eucaristía en el de al lado. Era un muy buen hombre y congenié con él y, como nos llevábamos de maravilla, siguió viniendo a comer. Reflexionábamos sobre la existencia y las ideas del padre Braulio sobre la muerte y nuestro papel en la vida me hacían mucho bien, me ayudaban a la aceptación serena. Después de comer caminábamos frente a la galería de casa con nuestro cigarrillo en la boca (aunque el padre Braulio también era mucho de habanos) y paseábamos por el pueblo si el día estaba bueno y no llovía. Si llovía ya nos lo pensábamos mejor, pero a veces nos abrigábamos bien, nos poníamos el chubasquero, cogíamos el paraguas y recorríamos el camino hasta la ría, porque un cigarro al aire libre siempre tiene otro sabor y, además, no nos gustaba dejar el olor a humo en la casa para no perjudicar a Paquito y para que Herundina, nuestra asistenta, no nos diera la lata al ponernos la comida con que no le fumáramos, que nos iba a pasar como a su difunto tío Carlos y que se quedaba la casa con mucha peste y que era malo para el niño, niño que, todo sea dicho, ya era más alto que yo. Antón nos acompañaba en ocasiones en las comidas y ese sí que fumaba, a veces daba caladas entre bocado y bocado del pavo que nos preparaba Herundina. Dos paquetes le conté una tarde.
....Joaquín y Teresa se fueron en cuanto me vieron más animado. Yo había empezado a ir a misa regularmente (todas las semanas) y me confesaba cuando lo consideraba necesario (todas las semanas). Paco pasaba de la religión cristiana pero era un muchacho solidario y comprometido, él era consciente de su origen y quería defender a los necesitados y ayudar a los suyos. Pensó estudiar Trabajo Social pero investigó y vio que con eso poco podía hacer, así que decidió estudiar derecho porque siempre había escuchado que la justicia es para el que puede pagarla y sabía que la injusticia es para cualquiera. Por lo menos podría ayudar en algo a los que no tuvieran dinero.
....Cuando llegó el momento y partió a Vigo a estudiar lo hizo con su compañero Marcelino Camaño. Fueron primero a un piso en el que vivía Chechu, un joven que conocía a Xoan, el cuñado de Antón. Otro chico llamado Manu llegó también ese año. Manu era de Vilagarcía de Arousa y estudiaba Biología. Él prefería irse con Marcelino y otro par de chicos que conocían del pueblo de al lado pero le di esa opción o la de un colegio mayor y, claro, cogió la que cogió. Sabía que Marcelino, que iba a estudiar filología inglesa, era un poco gandul pero era un buen chico y no me disgustaba que se fuera con él. El año siguiente se mudó con sus dos amigos del pueblo de al lado, Edu y Pepiño, y puede que se pegara sus juergas –las fiestas son algo que no perdona casi ningún universitario– y quizás liaran algunas demenciales típicas en los pisos de estudiantes; y no descarto incluso que consumieran algo de droga, algún porrito, y que probaran esa pura cocaína que entraba por las Rías Baixas. El caso es que Paco, mi Paquito, llevaba muy buen ritmo y cada curso que se matriculó lo aprobó, rara vez suspendió alguna y en cinco años tenía la carrera terminada con un buen expediente. Nada más acabar se apuntó en un Máster de Derecho en la Empresa y ya era consejero legislativo para un par de pequeñas sociedades y una ONG. Como os he dicho, Paquito era consciente de que el lugar de donde procedía era el más necesitado y había que ayudar, y él, que llegó a ser un hombre importante, nunca lo olvidó.
....Estudió y estudió y en dos años –estando todavía lejos de los 30– ya era Abogado del Estado. Pasaban el tiempo e iba cogiendo experiencia en los juzgados, por desgracia muchas malas: juicios en los que las culpas se las llevaban los menos espabilados o peor situados, mentiras flagrantes, trampas a incautos; policías que se inventaban agresiones y resistencias a la autoridad y sabiendo juez, abogado y todos que era mentira obtenían un auto favorable; abusos, atropellos y errores de la administración contra los ciudadanos… Paco, además de ese trabajo, participaba en una ONG que había creado y asesoraba a otras de tapadillo, pues su puesto se lo impedía. Su ONG, PROAF, que favorecía la integración de los africanos en España y en el “primer mundo”, le daba muchas alegrías y gracias a ellos no se desencantaba con la vida. A pesar de las desigualdades y las injusticias que contemplaba diariamente también le sorprendían la colaboración y la bondad de la gente, por no hablar de los pobres inmigrantes a los que ayudaba o los chicos sin recursos al otro lado del Estrecho, a algunos de los cuales incluso conoció en sus visitas por África, y que mostraban una gratitud infinita por lo más mínimo, cómo valoraban todo.
....Paco era un gran hombre pero aún no tenía detrás a una gran mujer, hasta que un día por su bondad, por hacer un favor, la encontró. Una chica congoleña a la que habían buscado un trabajo y que había regularizado su situación en el país, llamó desesperada a PROAF porque a una amiga le acababa el permiso de trabajo y la iban a deportar; en su país le esperaba una existencia miserable, con la familia sin el dinero que ella ganaba y con deudas y la discriminación que sufriría. Entonces, Paco, enormemente conmovido, se casó con ella para que no la echaran. En un primer momento a Paco no le gustaba ni viceversa, pero a fuerza de convivir para burlar a inmigración, surgió algo, saltó una chispa y se encendió el fuego. Candace, que así se llamaba ella, era una mujer honesta y abnegada, negra como el azabache, y que le recordaba a su madre.
....Por otro lado, en lo profesional Paco era un abogado cada vez más prestigioso y con fama de honrado. En PROAF habían empezado a organizar cursos de concienciación y que reflejaban el problema, la realidad y la historia de la inmigración y en uno de ellos, dedicado a la expulsión de los moriscos por parte de los reyes católicos, un profesor universitario marroquí invitado comentó que aunque existía conciencia de haber obrado mal expulsando a los moriscos y mudéjares, los mismos descendientes de esos musulmanes expulsados tras más de 800 años en la península aún no podían volver con libertad a la tierra de sus antepasados. Es verdad, pensó Paco, qué injusticia que los humanos no se puedan mover por el mundo sin restricciones, un mundo que no pertenece a nadie y debería pertenecernos a todos. Y entonces se dijo que iba a luchar por conseguir el libre tránsito de personas, aunque fuera imposible lo iba a intentar y que la gente viera con qué tipo de leyes bregamos.
....En esos tiempos España vivía una gran crisis social y económica y si bien el paro no estaba en su momento álgido los recortes sociales y el encarecimiento general, con la correspondiente bajada del nivel de vida, tras reiteradas alternancias en el gobierno de PP y PSOE, eran motivo de una gran convulsión política. Las manifestaciones se sucedían y se preveía que ciertos partidos de reciente creación o que en el pasado no pintaban nada obtuvieran buenos resultados en las siguientes elecciones. En medio de ese clima, Paco, que ya era relativamente conocido en los medios, hizo una campaña en prensa y televisión hablando de la idea que tenía sobre la apertura de fronteras. Días después recibió una llamada de IU diciéndole que lo habían visto explicando sus propuestas y que si quería unirse al partido para presentarse a diputado. No se lo pensó, pidió una excedencia y en cuanto se la concedieron se unió al partido.
....Entretanto mi vida transcurría apacible en el pueblo, me había aficionado a los boniatos y comía sano, ya apenas fumaba y los mayores excesos los cometía los domingos cuando comía con el Padre Braulio. En esa época me sentía muy solo y echaba en falta a Chiquitita, necesitaba una mujer y no sólo como persona, también como mujer. No pude evitar ir un par de noches a un club de carretera y entrar a un reservado con una chica. La tercera vez la llevé a casa, pero no hubo más.
....Paco vivía en Madrid y estaba en campaña electoral, viajaba por el país y todo pintaba bien; según las encuestas él y los suyos obtendrían bastantes votos, eran más unos idealistas que unos políticos consumados pero la gente ya había comprobado que los elegidos otras veces no habían hecho nada, así que nada perdían por probar.
....Llegaron las elecciones y los resultados fueron buenos, mi hijo, que ya había realizado un borrador de su ley de extranjería, obtuvo un escaño en el congreso de los diputados y su partido consiguió más de la tercera parte de los votos y gracias a la coalición con otro partido de izquierda pudieron gobernar. Los partidos de derechas obtuvieron muchos votos pero, por suerte, como anteriormente les pasaba a ellos por el sistema D´hont, al estar estos muy repartidos entre los derechistas extremos, derechistas moderados, ultracatólicos, falangistas y neonazis que se enmascaraban como protectores de la familia su representación en el congreso y con ello su poder político era escaso. En una de las primeras reuniones de las Cortes Generales tras su constitución se aprobó la nueva ley de extranjería, tema que ya se había acordado en las reuniones para formar gobierno, en las que Paco tomó parte porque además de diputado iba a ser Vicepresidente segundo. La ley se aprobó sin problema con las tres quintas partes de los miembros del congreso de los diputados a favor. Las consecuencias no se hicieron esperar y los primeros días las fronteras estaban abarrotadas, parecían estadios de fútbol tras el final del partido. Miles de personas entraban cada hora en territorio español, pero también eran muchos los ciudadanos que lo abandonaban cargados de equipaje y que, pensando en lo incierto del futuro, echaban una última mirada a su tierra. En días los recién llegados recorrían las calles pidiendo un empleo en cada establecimiento y en semanas hordas de personas de todas las razas y etnias se hacinaban en edificios abandonados y merodeaban por las ciudades. Se establecieron además en pueblos, montañas y otros territorios despoblados, haciendo de sus asentamientos auténticos campamentos primitivos. El hambre aumentaba en la población inmigrante y los disturbios y los delitos aumentaron de forma exponencial. La seguridad ciudadana bajó también sobremanera y los hospitales estaban abarrotados de enfermos. El estado ya no tenía recursos para financiar los servicios médicos, penitenciarios y administrativos y la situación era un total caos. Además, sin la ayuda de la UE, que aun teniendo puntos en común en su política ambiental con el gobierno los había expulsado por la nueva ley de extranjería, les iba a ser difícil salir de esa. Los ciudadanos estaban dispuestos a tolerar ciertas cosas y habían soportado ciertos recortes sociales pero no se conformarían con que quitaran la sanidad pública, que era de lo poco que les daba el estado por lo que sentirse afortunados, y un mínimo de seguridad, y ahora ya ni eso tenían.
....El pueblo se les estaba echando encima y el gobierno decidió derogar la ley de extranjería. A Paquito, bueno, Paco, que Paquito no es nombre de diputado, que ya no era vicepresidente –lo dejo al poco de empezar–, le sobraba con ser diputado. Pronto lo dejó también y volvió a su trabajo de abogado. El partido, a pesar de su ideario, había acabado totalmente en el centro y se decepcionó. Meses después, ante la presión a la que estaba sometido a cuenta de su ley aunque se había retirado de la política, abandonó el país. No soportaba ser conocido y estar en la palestra y se marchó con su esposa al país de esta. Allí estaba de vuelta a sus orígenes y podría vivir tranquilo toda la vida con el dinero que tenía y la pensión que cobraría en un futuro. Yo le deseé mucha suerte y le dije que lo iba a echar mucho de menos aunque últimamente, como estaba tan liado, casi no lo veía. Le rogué que me visitara de vez en cuando y le dije que se vacunara, que fuera bueno y todas esas cosas, y que a ver si me daba un nieto, pero no quiso Dios. Además esa época había conocido a Carmucha y no me sentía tan solo. Carmucha era una mujer rolliza, gallega de pura cepa, aldeana de Mogor para más señas, y que sabía darle un buen punto a las comidas. La cocina se le daba muy bien, hacia unas berzas, unos caldos, unas chuletas… No era muy culta pero era simpática y tenía mucha vitalidad, y me soportaba. Yo estaba feliz y tenía intenciones honradas con ella, incluso lo había hablado con el padre Braulio y me quería casar. Pero un día no apareció y no la volví a ver más. Me contaron en su aldea que se había ido a la Argentina a cuidar a unos familiares. Eso me lo tomé con resignación como un buen cristiano, lo que no pude soportar fue la noticia que me llegó poco después desde Sudán. Candace me llamó diciendo que habían matado a Paquito. Por lo visto tenía muchos enemigos que se había creado con su ley y otras medidas que promovió. Y, según se comentaba, también tenía muchos admiradores fervientes y partidarios devotos que, no obstante el desastre práctico de sus ideas, anteponían el entusiasmo por sus buenas intenciones y su honradez. Así las cosas alguien había encargado que lo buscaran y lo asesinaran para evitar las funestas consecuencias que su retorno a la política podría tener. Ahí me hundí, el padre Braulio me animaba e iba a casa los domingos, el resto de la semana apenas salía de la cama. Hablamos y me aconsejó que intentara hacer algo, mantenerme ocupado para tener la mente alejada de los problemas. Los negocios iban bien y no tenía sentido que me metiera más en ellos, empecé a darme una vuelta más a menudo a ver las vacas y a visitar las tiendas pero poco más porque podía a estorbar. El padre Braulio también me dijo que hacer algo por los demás me ayudaría, que me sentiría mejor. Entonces me acordé de la ONG que había fundado mi hijo y que todavía seguía su actividad. Contacté con ellos y visité la sede en Madrid y me gustó mucho su trabajo, tanto que decidí ayudarles a abrir una sede en mi provincia. Me metí a fondo y auxiliar a toda esa gente me llenaba de verdad, me hacía sentir pleno. Ves como te iba a ayudar, me decía el padre Braulio mientras nos tomábamos la copita de guinda tras el almuerzo. Y entonces lo hablamos y me pareció una estupenda idea, era como si no pudiera tomar una decisión sin consultarle a mi párroco. Sí, iba a adoptar una niña africana gracias a PROAF, la ONG con la que había empezado a colaborar, la que fundó mi hijo, Paquito, ¡qué orgulloso me sentía y me siento de mi hijo, de lo que intentó, qué buena persona era, fue un hombre excepcional! En esos tiempos hasta me emocionaba al recordarlo y se me saltaban las lágrimas. Hice todos los trámites y en unas semanas viajé al Congo a por una niña, mi hija desde ese momento. La niña tenía tres años. La llamé Isabel. Era un encanto, me devolvió la alegría de vivir y aunque fuera lejos de su patria me alegraba poder darle una buena vida y una educación. Lo pasábamos genial paseando por el pueblo y yendo al parque. La apunté en la piscina y me metía con ella a nadar. Algunas veces íbamos al cine y después nos comíamos una pizza de jamón york, prosciutto que ponía en la carta, que era la que más le gustaba a Isabel, y después me hacía un dibujo de lo que habíamos hecho ese día. Cuando empezó el siguiente curso escolar y cumplió cuatro años asistió al mismo colegio al que había ido Paquito. Le iba muy bien, aprendía muy rápido aunque no llevaba mucho en el país. Isabel fue la alegría de mi vida en esos tiempos. Siempre fue muy feliz y fue muy buena estudiante como su hermano. No tardó en conocer en conocer a Teresa. Joaquín y ella se trasladaron al pueblo. Gretel ya era una hermosa joven y además de trabajar de administrativa colaboraba activamente con nuestra organización. De inmediato se encariñaron con ella y, al igual que a Paquito, la querían como si fuera uno de sus hijos.
....Han pasado los años, ahora que ya se ha hecho mayor –tiene 23– y ha tenido una buena educación, Isabel está al frente de PROAF y me apena pero no me importa tanto dejarla sola, sé que le irá bien. Me han detectado un tumor y no me queda mucho, tengo un cáncer de pulmón y la metástasis ya está ahí. El médico me ha dado unos meses. Todos los días Teresa y el padre Joaquín me visitan. Isabel también está conmigo todo lo que puede. No tengo miedo a despedirme del mundo porque sé que he vivido, creo que ya he cumplido y he hecho contrición, gracias por darme la vida, Isabel. Esta semana he hecho testamento y le he dejado todo a Isabel y a la ONG, ella lo llevará bien, además Teresa and company siempre le ayudarán. Ya estoy preparado, cada día me confieso con el Padre Braulio y no hemos dejado de comer juntos, también paseo con Isabel siempre que el cuerpo me lo permite y me embriago del aire de la ría, de las montañas, de la hierba, de las cazuelas humeantes del pueblo, del trinar de las golondrinas, de las charlas de las tabernas, de todo el amor que me dan.
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